Por Ana Pascual
Juan Peruga, natural de Santalecina, ha presentado su novela ‘Alcanadre’ donde se sirve  de unas cartas y de unos fragmentos  de un diario personal, hallados en la casa familiar tras la muerte de su padre, para recordar una amistad adolescente, que se movía entre sentimientos y afectos aún desconocidos. Con un estilo lleno de sutileza y de poesía, en el que es tan importante lo que se dice como lo que se calla, ‘Alcanadre’ nos acerca a los descubrimientos gozosos   —y también a las decepciones hirientes— que nos acompañan cuando abandonamos definitivamente la edad de la inocencia. Además, JUan nos aconseja sobre qué visitar en Huesca y qué podemos leer, junto con su obra, ahora que se acerca el verano.

¿De qué manera estás vinculado a Aragón?

Nací en Santalecina, en el Cinca Medio, y aquí tengo buena parte de la familia, también en Monzón. La otra parte emigró, como hice yo mismo. Llevar el apellido ‘Peruga’ deja poco margen para la duda sobre tu lugar de procedencia, porque es muy propio de algunos pueblos de la ribera. Como decía el escultor Chillida, las raíces se hunden profundas en la tierra donde naciste, los brazos, como ramas abiertas, se extienden hacia cualquier lugar del mundo.  

¿Cuéntanos de que habla tu novela ‘Alcanadre’?

La novela empieza con la muerte de mi padre. Hago un inventario de recuerdos y me aparece el Reglamento del Seminario de Lérida, donde estuve unos años interno. Se centra en el momento que tengo 16 años: acaba el curso, salgo del encierro del internado y empieza un verano de libertad trabajando de camarero en el hotel Anoro de Sariñena, junto al Alcanadre. Trata de los sentimientos y afectos de la amistad, de las dudas sobre el futuro, de los descubrimientos gozosos, y de algunas decepciones, que todos hemos vivido al abandonar definitivamente la edad de la inocencia. El Alcanadre, con su etimología árabe que nos habla del río de los puentes, me sirve de metáfora perfecta para contraponerlo a las paredes, a los muros. Una metáfora que resulta muy actual. 

Vives entre Andorra y Santalecina, ¿qué es lo que más te gusta del pueblo y de la comarca?

Los lectores, porque la mayoría ha hecho alguna vez una escapada, pueden visualizar la diferencia entre el Principado de Andorra, donde he vivido los últimos cuarenta años, y Santalecina. La conurbación de Andorra la Vella-Escaldes se ha convertido en una verdadera ciudad, con todos los inconvenientes (y también ventajas). Es cierto que el Principado tiene una naturaleza de alta montaña impresionante, pero a veces la contemplas desde el fondo del valle como una postal, casi lejana, sobre todo ahora que ya apenas subimos a esquiar y hacemos pocas excursiones. Santalecina representa mucha más tranquilidad, un trato cercano con la gente y la sensación más epidérmica del paso de las estaciones. 

¿Qué recomendarías visitar?

Me voy un poco hacia el sur, ya en los límites del Bajo Cinca y recomiendo la ermita de Santa María de Chalamera. Sobrecoge la sólida construcción románica, con la portalada magnífica que recuerda, aunque más modesta, la de Sijena, en el medio de la soledad. El mirador es impresionante: al norte, la línea blanca de los Pirineos, con su presencia telúrica; todo el valle del Cinca, con los meandros del agua entre la huerta, la ermita de la Alegría y el castillo de Monzón; y hacia el Oeste, el monte inabastable cerrado por el horizonte de la sierra de Ontiñena. Si sopla el cierzo, la sensación es ya indescriptible.

¿Nos recomiendas un libro y un autor?

Recomiendo Ordesa de Manuel Vilas, el autor de Barbastro. Creo que ha escrito una obra muy personal, extraordinaria, que se lee con el corazón encogido. Hago mías las palabras de Juanjo Millás: “Manuel Vilas, a quien Dios confunda, por partirnos el alma”.

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