Por Tamara Marbán Gil.
Nacida en Altorricón -y orgullosa de las raíces híbridas de la Franja-, sitúa su base de operaciones en Zaragoza, donde compagina su trabajo como abogada con el fotoperiodismo. Ganadora de la beca en el Seminario de Fotografía y Periodismo de Albarracín 2013, su compromiso con el mundo y las personas la ha llevado a Cuba, Jordania, Líbano, Venezuela, Turquía o Congo, de donde trae tesoros fotográficos que dosifica con mimo y prolijidad.

-¿Cómo eras de pequeña?
-Mi máximo juego de pequeña era leer. Me pasaba la vida leyendo. Jamás jugué con una muñeca, jamás soporté que mi madre me pusiera un vestido… tengo cuatro hermanos y mi madre emocionada con ponerme vestidos y lazos y yo lo odiaba. Fue una guerra continua hasta que ella desistió. Era muy curiosa: leía todo lo que caía en mis manos y, con hermanos mayores, leía muchas cosas que no se correspondían con mi edad; por ejemplo, Cinco horas con Mario con ocho o nueve años. Me daba igual Egipto que la vida del elefante en no sé dónde… esas inclinaciones naturales que una no sabe de dónde le vienen.

-Hiciste de tu pasión, tu profesión.
-Bueno, yo tenía muy claro que quería estudiar derecho o periodismo. Y todo el mundo se reía de mí porque yo decía que quería estudiar derecho para sacar a la gente de la cárcel. Mis tíos me decían que cambiaría de idea cuando viera cuánto se ganaba haciendo otras cosas… Y mira, al final me dediqué durante años al derecho penitenciario. No ganaba un duro pero comía muy bien porque las familias de los presos me traían tupers, me hacían caracoles…

-En el fondo, tumbaste la profecía de tus tíos.
-Sí, sí, totalmente. No soy nada ambiciosa. Creo que no envidio cosas materiales de las que pueda tener nadie. Envidio la inteligencia, eso sí. Pero lo material no, salvo tener cubiertas mis necesidades básicas. Es importante poder comer y tener un techo. Y, de hecho, a día de hoy, sigo simultaneando la fotografía –porque no podría comer de ella todavía- con el derecho.

-¿Cómo pasaste del derecho a la fotografía?
-Porque empecé a viajar a raíz de estudiar derecho y derechos humanos. Mi primer viaje fue a Venezuela con una organización que trabajaba con los derechos de los presos. Allí se mezclaban todos mis intereses, sobre todo el tema penitenciario, que siempre me había gustado. Me parece que es un colectivo muy olvidado, que la vida en la cárcel es dura y que la gente que está en la cárcel no siempre es la que debería estar. Un porcentaje muy alto de la gente que está allí metida no debería: son problemas sociales los que la ha llevado allí. Allí trabajé en Caracas, donde las condiciones en las cárceles eran desastrosas. Así empecé a viajar, con los derechos humanos… hasta que me di cuenta de que realmente cuando yo volvía y contaba, podía contar una parte pero la gente no se hacía una idea de lo que había visto. Entonces, mi interés por la fotografía no es tanto por la fotografía en sí sino como herramienta para contar. No es algo que ha estado en mí desde siempre: yo la uso para contar. Y sigue siendo así.

-¿Qué países son los que más te han marcado y qué te traes de allá?
-Probablemente Venezuela, porque era un momento muy interesante del país, cuando recién ganó Hugo Chávez las elecciones [1999]. El lugar era un hervidero de gente con mucha ilusión por el cambio. Cambiaron muchas cosas, de hecho, y ver una sociedad tan movilizada y tan dispuesta a luchar por sus derechos era algo súper nuevo para mí. Venezuela me marcó mucho, estuve tres años seguidos yendo y viví momentos muy interesantes de la política en ese país que me hicieron cambiar mi perspectiva sobre muchas cosas. Y el otro gran viaje que me marcó muchísimo ha sido el Congo. Hablaba hace poco con un amigo fotógrafo que lleva años documentando el conflicto y me decía que el Congo era el lugar en el que él había dejado de creer en casi todo. Yo me siento bastante cercana a esa frase, me pasó algo parecido. A los dos días de llegar quería volver porque no creía que allí pintáramos nada nadie porque no se está haciendo nada.

-¿Cómo entender y explicar esta espiral de violencia sin principio ni fin?
-Está claro que para entender las cosas hay que ir y verlas. Yo llevaba muchos años siguiendo el conflicto del Congo, prácticamente desde el genocidio de Ruanda, y no conseguía entender lo que pasaba allí y dije ‘yo me voy’. Y cuando llegas allí es tan gráfico, lo ves tan rápido… hay muchos conflictos que se nos venden como étnicos –porque es lo fácil y es lo que nos exculpa a todos de nuestra responsabilidad allí-. El conflicto de Congo se perpetúa por motivos económicos: es uno de los países más ricos del mundo, tienen de todo –diamantes, oro, coltán-. Interesa que la guerra siga, que el gobierno no tenga fuerza y sea corrupto, interesa seguir financiando a los grupos armados… porque así, todo eso sale del país sin que nadie lo controle para los grandes beneficiados: las multinacionales que comercian con ello.

-¿Cuándo fue la primera vez que sentiste que una fotografía tuya reflejaba aquello que tú viste?
-Yo me siento en constante aprendizaje y creo que me falta mucho para hacer las fotografías que a mí me gustaría hacer. Intento que todos mis trabajos reflejen lo que yo estoy viendo porque mi voluntad es contarlo y que se entienda, es toda mi obsesión, más que buscar la belleza de la fotografía. ¿El grado en el que se consigue? Cuanto mejor fotógrafa eres, más fácil es. Y yo me siento todavía en el camino. Pero bueno, creo que en mis trabajos sí hay una idea de lo que quiero contar.

-Si hubiera un incendio en tu casa, ¿qué foto rescatas?
-Probablemente, a la par que mis discos duros, que también los salvaría, sacaría los libros de fotografía que tengo de distintos autores.

-Las fotografías, ¿tienen alma?
-Lo que sí sé es que si tú no empatizas con lo que estás viendo, no lo puedes transmitir. Si, primero, no lo entiendes y, segundo, no empatizas, no puedes transmitirlo. Será una fotografía sin alma, sin la esencia que le falta.

-¿Qué herramientas crees que se necesitan para conseguir eso?
-Lo tengo bastante claro: muchos fotógrafos en según qué contextos hablan de no implicarse, de guardar cierta distancia para no salir muy perjudicados de esas situaciones… yo creo todo lo contrario. Si no te implicas al 100%, si no acabas siendo casi parte, aunque sea tangencial, de lo que estás viviendo, no se puede contar. Al menos, no se puede contar con honestidad. Hay que sentir la historia: si una mujer del Congo te cuenta cómo la violaron y cómo mataron a sus hijos delante de ella, no puedes ponerte una barrera para escuchar eso porque seguramente te vas a perder mucho de lo que te está contando. No digo que sea fácil, pero o empatizas con ese dolor o no puedes contarlo. Tendrás el retrato de una mujer, simplemente, pero no tendrás el retrato que cuente todo eso. No creo en ponerse barreras, desde luego, sino en empatizar.

-Guardas material inédito en un cajón. ¿Qué requisitos manejas para sacar un proyecto a la luz?
-Al menos que pase mi primera criba de calidad fotográfica y de pensar que la historia está bien contada. A veces hay trabajos que pueden parecer acabados y para mí no lo están. Y otras veces porque me ha resultado tan duro hacerlos y son en sí mismos temas tan duros que me generan problemas éticos. Y ante la duda, mejor no los publico.

-De la soledad de trabajar en terreno a la edición colectiva. ¿Cuántos ojos necesitas para tus trabajos?
-Editar es una de las peores cosas que hacemos los fotógrafos, sobre todo editar nuestro propio trabajo. En terreno me gusta trabajar sola, pero ya luego… aunque uno luego aprende, yo sí que suelo enseñarlo a gente cuyo criterio fotográfico me sirva y que sea sincero conmigo. Me fío bastante aunque al final decido yo.

-¿Maestras, maestros?
-El autor que más me impresionó cuando lo conocí fue Robert Frank con su trabajo The Americans. Me parece un trabajo fantástico. Y muchos otros: James Natchwey, Susan Meiselas… y en España creo que tenemos muchos referentes: Gervasio Sánchez sin duda, no sólo por tu fotografía sino por su trayectoria honesta, un tipo de trabajo a largo plazo y de profundizar en los temas y volver a los sitios… es una manera de trabajar que tiene mucho que ver con cómo me gusta enfoca mis trabajos. Y luego otros fotógrafos nuevos, creo que hay un nivel en España de fotografía en estos momentos altísimo, aunque la profesión está peor que nunca: Samuel Aranda, Manu Brabo, Ricard García Vilanova… es que hay mucha gente muy joven haciendo muy buenas fotografías, siendo muy punteros a nivel internacional, con lo que no creo que tengamos que ir muy lejos para buscar referentes. Y también muchos amigos cercanos, que me gusta mucho su trabajo, aunque no hayamos despuntado a niveles estratosféricos, me interesa mucho lo que hacen y aprendo mucho de ellos, incluso en las reflexiones… y poder hablar de las inseguridades, de cómo enfocar las cosas… eso va fenomenal.

-Hablando de compañerismo y generosidad, ¿qué supuso ganar la beca en el Seminario de Fotografía y Periodismo de Albarracín en 2013?
-Albarracín ha significado mucho para mí, no sólo el año pasado cuando gané la beca sino desde que empecé a ir. Fue un descubrimiento: atreverte a enseñar las fotos, asumir la frustración de que no son buenas cuando empiezas y que te lo digan muy claramente y, sobre todo, aprender mogollón. A Albarracín le debo casi todo en mi carrera. La oportunidad de escuchar a gente tan diferente, de generaciones tan distintas, que suelen ser muy claros con tu trabajo –cosa que yo agradezco-. Ganar la beca es un reconocimiento que me gustó y que te da cierta seguridad y reconocimiento a algunos esfuerzos, pero también pienso que en lo de los concursos, premios y becas, hay un componente de suerte altísimo.

-De entre tus viajes, ¿qué parecer te deja la situación en la que viven las mujeres en el mundo?
-En todos los sitios donde he estado, incluido España, creo que el potencial de la sociedad emana de las mujeres. Son el puntal de las sociedades, en las más diversas y diferentes que yo he visitado, tanto en Oriente Medio, África… pero también España y Europa. El motor de la sociedad, la mujer por encima de todo. No se trata de si los hombres son más o menos inteligentes… lo que hay que entender es que la lucha por la igualdad nos beneficia a todos y el día que los hombres entiendan eso y lo asuman, será todo más fácil. El futuro pasa por las mujeres en cualquier parte del mundo.

-Acercarse a las personas y tratar de contar su historia. ¿Hay truco?
-Al final, tiene que ver con la capacidad que una tiene de acercarse a la gente, de que sientan que realmente te importa su historia y las cosas que tienen que contarte… es el camino más fácil para acceder a todo el mundo. A mí lo que me funciona es acercarme con naturalidad e interés. Por eso también hace falta tiempo, porque llegar a un sitio y ponerte a disparar no funciona nunca, pero ni aquí ni a la vuelta de la esquina. Se necesita tiempo para que la gente se conozca y para generar confianza y cuando estás en ese punto, puedes fotografiar porque eres invisible.

-Puntos clave para abordar cualquier trabajo.
-La documentación previa es importantísima. Yo dedico mucho tiempo a preparar los temas, conocerlos todo lo que puedo… también de la situación política y social del país. Y hacer los contactos. Gente que te pueda abrir puertas, organizar el trabajo antes de irte. Dedicar el máximo tiempo posible a estar allí, porque de todo lo que imaginas, la mitad no es como pensabas… con cierta capacidad de improvisación. Para mí es lo fundamental.

-En cuanto a la situación política, ¿cómo se ve el 9N desde la bisagra que es la Franja?
-Mis costumbres, mi lengua materna, parte de mi familia y amigos están en Cataluña. Yo no reniego de eso ni mucho menos, estoy muy orgullosa de que parte de mi cultura sea catalana. Por otro lado, siempre he vivido en Aragón y me pasa lo mismo. Creo que los que somos de la frontera lo vivimos con una naturalidad que se ha perdido por el camino, porque parece que tienes que elegir. Yo no tengo ningún conflicto interno por convivir entre esas dos culturas. No tengo que elegir ni lo pienso hacer.

-Color favorito.
-Rojo. Salud y alegría.

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