RELATOS PARA VIVIR EN VERANO
Por Alfonso Carrasquer

Aquella mañana de agosto, Juan Díaz llegó puntualmente al aeropuerto. Nervioso, buscó la ventanilla de vuelos internacionales y comprobó que la fila era interminable.

“Menudo trajín”, pensó.

Por fin, tras una larga espera, llegó su turno. En la ventanilla se hallaba un empleado con el pelo engominado, gafas de diseño y un anodino traje con el escudo de la compañía.

—Usted dirá…

Juan le entregó el billete de embarque. El hombre se caló las gafas y empezó a leer.

—Asiento… 447… vaya, vaya —y añadió:

—¿Le importaría identificarse?

—Por supuesto —Juan se apresuró a entregar el documento correspondiente. El empleado lo introdujo en el bolsillo de su chaqueta.

—Discúlpeme. Tengo que comprobar unos datos.

—¿Sucede algo? —Juan esperaba una respuesta, pero su interlocutor se perdió tras la puerta.

Cuando regresó, el empleado se mostraba cariacontecido.

—Lo siento, señor Díaz —dijo—. Debo comunicarle que ha habido un lamentable error.

—¿Un error? ¿Qué clase de error?

—Verá… se trata de su billete. Al parecer, se adjudicó el mismo número a dos personas distintas. De hecho, su asiento ya está ocupado.

Por un instante, Juan sintió crecer la rabia en su interior.

—Pero… ¡yo gané el sorteo! ¡Ése es mi asiento!

—Señor Díaz, ¡cálmese! Hemos tenido problemas técnicos con el sistema de adjudicación de los billetes. Se trata de un ataque informático; un virus. Lamentablemente, el día que enviamos la carta de embarque a su domicilio, el ordenador duplicó varios números.

—¿Y por qué tiene ese pasajero más derecho que yo, a subir al avión? ¡Quiero mi asiento! —Juan empezó a golpear el cristal de la ventanilla.

—¡Basta, señor Díaz! —gritó el empleado—. Si mantiene esa actitud tan desafiante, haré que lo echen de aquí. Son las normas.

—¡Váyase al infierno!

—Cálmese y escuche —el hombre lo agarró suavemente de los hombros y bajó la voz—. ¿No lo comprende? La vida es demasiado breve para alterarse de ese modo. Hágame caso y déjelo estar. Le aseguro que protestar no servirá de nada.

Juan miró con tristeza al empleado. Dio media vuelta y se alejó de la terminal, flotando en un mar de dudas.

Cuando salió a la calle, vio a más gente en su misma situación. Horrorizado, comprobó que todos llevaban un billete con el número 447.

Entonces comprendió que el sorteo había sido una farsa.

Al atardecer observó cómo despegaba el avión. En su interior se acomodaban quinientos pasajeros: miembros de la realeza, políticos, empresarios, futbolistas, cantantes, periodistas… Eran los elegidos. Serían conducidos hasta una cápsula espacial y se alejarían a tiempo, antes de que el gigantesco meteorito BR-13 se estrellara contra la tierra.

En pocas horas, todo habría acabado para el resto de la humanidad.

Resignado, se sentó junto a los otros desdichados, miró de nuevo aquel número y permaneció en silencio, esperando la noche del fin del mundo.

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