‘Al calor de la mesa’ por Rubén Ajates

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La luz se colaba a hurtadillas, agujereando los empolvados ventanales de la vetusta papelera. Ahí me empleé durante años y honré las tradiciones de quienes me rodearon. La Navidad no se escapó a todo aquello.

Acaricié polvorones, vestí abetos y diseñé capas para príncipes y monarcas. Aprendí a sentir. Y me impresioné por aquellas lágrimas. Las derramadas por quienes se reencuentran y las vertidas por quienes abandonaron su puesto al calor de la mesa. Visité los más humildes y los más engalanados lugares, donde triunfaban los especiales navideños de Bing Crosby y los de Raphael.

Pero en las Navidades de 2017 algo cambió. No regresé como de costumbre a la vieja fábrica. Todavía la recuerdo: sus ladrillos cara vista, la humanidad de sus empleados, el encendido y apagado de luces… ¡Aquel había sido mi hogar! Mas el destino quiso convertirme en protagonista por última vez.

Una joven entró en la tienda de la familia Wolf. Buscando algo especial se fijó en mí, un sencillo pedazo de papel.

Era la primera vez que otro cuerpo envolvía el mío.

Desde entonces, duermo como fénix sin alzar el vuelo ante la profunda mirada del anciano que recuerda con nostalgia las Navidades de 2017 y a su joven madre, al calor de la mesa.

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