Por Lola Gª Casanova

Puse rumbo a Peñalba para encontrarme con Mª Dolores y compartir una charla deliciosa. Y aprender, aprender de la vida y de la fortaleza del ser humano. De la fortaleza de las mujeres. De esa generación de mujeres que  lo dan todo y nunca dejan de trabajar. Ahora cuida de su madre que se encuentra en cama. Mª Dolores Palacio Frauca fue maestra en Castejón de Monegros y, además, ayudaba en el bar que regentaba su marido. Ya viuda y con el bar traspasado, pudo cumplir el sueño de volver a sus raíces, el placer de comer cada día con sus queridos padres. El sueño de dar clases en Peñalba aunque, confiesa, que le dolió sinceramente tener de dejar Castejón de Monegros.

– Hace cinco años que se jubiló, ¿lo echa de menos?

– Me retiré para cuidar de mis padres, esa era mi ilusión. Mi padre falleció y ahora tengo a mi madre en casa y en cama. Pero no me da nada de trabajo, es como un bebé mayor. Y estoy feliz y agradecida a Dios.

A mis padres les tenía que devolver todo lo que hicieron por mí para que yo pudiera trabajar de maestra. Por ejemplo, ya casada y con una hija, mi marido estaba en Castejón, yo daba clases en Lérida y mi hija, aquí con mi madre y yo iba y venía. Enseñar me ha gustado mucho, mucho. Repetir si es necesario y al chaval que más le cuesta sentarlo junto a tu mesa para darle un empujoncito.

Echo de menos enseñar porque soy una maestra vocacional.

-Tremp, Lérida, Castejón y Peñalba, ¿cómo era la relación con los padres?

-En Tremp no se preocupaban mucho por el colegio. Los padres eran militares pero a sus hijos les faltaba disciplina y, en aquellos años, ¡cómo se iban a relacionar con una maestra! En Lérida me tocó en un barrio de inmigrantes andaluces que iban a clase por cumplir, sin interés. ¡Cómo cambió al venirme a Castejón en 1980! Las familias se preocupaban por la educación.

A lo largo de los años, he constatado que cuanto más crecía el nivel de formación de los padres más se estimulaba el estudio de sus hijos.

¿Recuerda alguna anécdota?

-Hubo un chaval, en Castejón de Monegros, no era mal chico, ni reñidor, pero era un desorden absoluto en 6º, en 7º (EGB). Lo di por imposible y hablé con sus padres. En 8ª era otra persona y acabó cursando Derecho y con éxito. Cada vez que lo veo le daría un beso. No sé qué ocurrió aquel verano porque lo que sucede en las casa es sagrado.

Esto me recuerda que, por experiencia, la mayoría de los chavales revoltosos y traviesos al hacerse mayores, se convierten en personas responsables y felices en sus familias y en el trabajo. Siempre hay que luchar para sacar lo mejor del niño.

También hubo una tarde, en Lérida, que noté un barullo, un nerviosismo excepcional en clase-de 8º de EGB. Quise poner orden y noté que a un niño le abultaba sobremanera la chaqueta… ¡debajo llevaba una botella de coñac! En aquellos años la mayoría d ellos niños de octavo fumaban a escondidas…

-Pero durante muchos años, además de la escuela estaba el bar.

-Pero lo primero, siempre era el colegio. Ahora me pregunto cómo lo pude hacer. Nunca me ha asustado el trabajo y he sido, desde niña, muy responsable y exigente conmigo.

-¿Los padres le consultaban temas del colegio en el bar?

-No. Yo estaba poco de cara al público porque siempre he sido bastante seria. Pero a mis compañeros, ellas me lo decían les paraban por la calle o por dónde las vieran. Y sí, resultaba muy cansino. Ellas respondían, con razón, que para una tutoría había que ir al colegio que la calle o la carnicería no era lugar.

-Dígame de dónde viene el nombre de La Chipranera del bar de Castejón.

-El bar ya lo llevaba mi suegro, Santos, y se llamaba Bar París. En segundas nupcias se casó con una señora de Chiprana y los de la San Miguel, de regalo y de bromas, le trajeron un cartel que ponía «La Chipranera» y así se quedó.

-Denos un consejo para los padres.

-Que confíen en los maestros porque los queremos como nuestros segundos hijos. Escuela y familia deben ir de la mano y en casa hay que respetar la autoridad del profesor. Aunque no te guste el profesor de tu hijo no hables mal de él delante de tu hijo, porque los niños, cuando son pequeños, aprecian mucho a sus maestros.

-Y de Castejón a Peñalba.

-Me quedó viuda y mi hijo, tras unos años, dejó el bar. Así que tuve la oportunidad no de dejar Castejón, que me dolió en el alma, sino la ocasión de volver a mi pueblo natal y de estar con mis padres.

-Y se jubiló antes de Navidad.

-Yo cumplo años el 18 de diciembre y por ley, el 19 ya no debía acudir al centro… pero ¡cómo iba a dejar colgados a mis alumnos y a mis compañeros! porque por cuatro días no iban a mandar un sustituto. Así que hablamos con el inspector y él dijo que si quería ir, podía… pero él no sabía nada.  ¡Qué homenaje tan precioso me hicieron! y lo llevaron muy bien en secreto porque no me esperaba nada, no sabía nada… fue durante la función de Navidad con el colegio, los padres, alumnos y ayuntamiento de Peñalba ¡en mi pueblo querido! Y junto con otra compañera también fui pregonera de fiestas de Peñalba.

-Que los maestros no vivan en el pueblo, ¿empobrece la vida del pueblo?

-No. Ahora con los coches y las carreteras todo ha cambiado mucho. Lo que empobrece la vida de un pueblo es que no haya niños y que los pocos que haya al crecer no quieran vivir en un pueblo. Es un tema complicado, de difícil situación. Y sé de lo que hablo porque lo he vivido. El pueblo gusta en verano, en fiestas pero ¿Para todo el año?… No sé porque yo he sido y soy muy feliz viviendo en un pueblo.

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