COLABORACIÓN || Olga Asensio
Año 2023 y la palabra «talento» sigue gravitando sin saber muy bien dónde aterrizar en esta sociedad cambiante, inestable y poco fiable.
No tener talento es lo que solemos decir a quien se rige por normas que no son las nuestras. Ser un talento referido a quien desarrolla una actividad sin apenas esfuerzo nos suele dejar boquiabiertos, dejando entrever un poco de envidia, a veces, sana.
Cuántas veces hemos visto que en el cole siempre ganaban los concursos quienes tenían habilidades para la escritura, el dibujo o el deporte. Quien era talentoso para cazar moscas o ser capaz de aguantar la respiración no tenía premio, ni talento, sino que era un destalentao.
Empecemos por el principio: Los talentos eran unidades de medida monetaria en la antigüedad, una de las más conocidas por ser mencionada en una parábola de Jesús. Interpretada, significa inteligencia o aptitud . Marcada por el filtro personal, social y /o temporal. Las monedas, no hace falta pensar mucho, asociadas al poder. Tanto tengo, tanto valgo y…tanto vales. Por lo tanto, tener talento ha venido muchas veces asociado al valor más material, aquello que proporciona prestigio porque se puede pagar. No quiero entrar en este terreno porque me pone de mal humor. Sí quiero que esos talentos innatos se puedan desarrollar. Para eso, necesitamos una sociedad que ponga el foco en la mejora de sí misma. ¿Cómo hacerlo?
Los padres deben ser conscientes que sus habilidades, intereses y logros son personales y educar a sus hijos desde los pilares del esfuerzo y el interés para conocer sus potencialidades, desarrollar sus capacidades y conseguir sus metas. El talento hay que descubrirlo con práctica, probando, errando, aprendiendo. Sin esfuerzo no hay talento que valga. Encontrar alumnos que sean capaces de empatizar con otros y valorarlos, alumnos que sepan sus límites y respeten los de los otros, alumnos que no se escondan en el pasotismo, alumnos que, en definitiva, sean conscientes de que para formarse deben esforzarse es cada día más complicado. Y no es un reproche, una reprimenda o una pataleta de persona mayor, sino que es una llamada de atención a los verdaderos culpables: los que están a su alrededor, físico y virtual, y no les enseñan con su ejemplo diario.