COLABORACIÓN || María Lahuerta
En las profundidades de la tierra aragonesa, bajo el manto de nuestros bosques, se oculta un tesoro gastronómico de valor incalculable: la trufa negra de Aragón. Este hongo hipogeo, que crece en simbiosis con las raíces de ciertos árboles, es conocido desde la antigüedad. Los babilonios lo llamaban «hijos de la tormenta», observando su aparición tras las lluvias primaverales, un fenómeno que sigue fascinando y deleitando a paladares de todo el mundo.
A pesar de ser el mayor productor mundial de trufa, España, y en particular Aragón, sigue siendo un gran desconocido en el mapa trufero global. Desde la Asociación de Recolectores y Cultivadores de Trufa de Aragón, queremos destacar que somos el corazón de la truficultura nacional, esforzándonos por dar a conocer el valor y la versatilidad de este «diamante negro». La trufa negra, a menudo vista como un lujo inalcanzable, es en realidad un condimento más accesible de lo que se piensa.
A principios del siglo XX, era común encontrar trufas silvestres en nuestros montes, pero hoy, debido al cambio climático y a la sobreexplotación, la recolección silvestre ha disminuido drásticamente. Por lo que alrededor de los años 80 comienza el cultivo de trufa negra, que hoy en día sigue siendo un cultivo jovén y del que aprendemos cada temporada. Este cultivo de trufa no solo busca preservar este preciado recurso sino también fomentar el desarrollo rural en nuestra «España vaciada», ofreciendo una alternativa económica viable para las comunidades locales.
La trufa negra armoniza perfectamente con alimentos ricos en grasas como huevos, quesos, foie gras, chocolates y más, demostrando su versatilidad tanto en platos dulces como salados.
La trufa negra de Aragón no es solo un producto gastronómico excepcional; es un emblema de nuestra tierra, un símbolo de la riqueza natural y cultural de Aragón.