COLABORACIÓN | CARLA RIVAS
De todos los rasgos típicos de un pueblo, uno de mis favoritos es que todos nos conozcamos entre todos. Pese a que la mayoría de la gente vea esto como una exaltación del cotilleo, a mí me hace sentir que todos somos parte de una gran familia.
Mientras en las ciudades es frecuente no conocer a todos los vecinos de tu bloque, en los pueblos son más que normales las reuniones en las frescas, una larga charrada yendo a comprar el pan, o trucar a la puerta de tu vecino para decirle que se ha dejado el garaje abierto.
En mi pueblo Almuniente de la comarca de Monegros, por ejemplo, todos me conocen o bien por mi nombre o por ser la mayor de Raúl o la nieta de Daniel y Maruja. Así que en el momento que decidí montar un club de lectura, con solo mandarlo por los grupos de Whatsapp del pueblo y colgar un cartel en el Bar de Almuniente y otro en las Piscinas, todo el que quiso apuntarse pasó por casa a coger un libro.
Pese a que montar un proyecto, una iniciativa o incluso emprender en el mundo rural no llama la atención a muchos, lo cierto es que puede llegar a ser una idea estupenda. El emprendimiento rural es un elemento vital en el desarrollo de comunidades locales. Es capaz de traer innovación y crear valor en los pueblos, ya sea acercando ideas que ya existen en la ciudad o mediante la reconfiguración de los recursos ya existentes en el medio.
Y son los propios habitantes de los pueblos las personas más capaces para crear este valor. Nosotros, al ser parte de la comunidad y del propio capital social del territorio, conocemos el entorno y los retos a los que se enfrenta, es decir, sabemos qué hace falta y qué funcionaría.
Por eso, aunque yo haya creado un club de lectura, a lo mejor en tu pueblo triunfa más una liga de guiñote, o un festival de música con grupos noveles de la zona. Desde mi experiencia, la gente está más dispuesta a sumarse y ayudarte de lo que puedas pensar en un principio.