RELATOS PARA VIVIR EN VERANO
Por Javier Subías.

Cuenta una leyenda que el cielo es una gran cúpula de material compacto combado sobre la tierra.

Esta cúpula, está dividida en diferentes demarcaciones dispuestas sobre lugares mágicos, y cuando alguien muere conducen a través de ellas su alma al mas allá. Y cuenta esta leyenda, que una de estas demarcaciones está sobre la sierra de Guara.

Según esta leyenda, entre los límites de la sierra de Guara y el cielo existe un inmenso abismo custodiado por siete almas. Porque siete es el número mágico, el número dispensador de vida, y los pecados capitales.

Y desde los cuatro ríos que fragmentan esta sierra: Guatizalema, Flumen, Alcanadre y Vero, emergen cuatro senderos invisibles que conducen las ánimas hasta este abismo celeste. Cuatro por los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire; o los cuatro puntos cardinales: norte, sur, este y oeste.

Cuatro invisibles arterias, que nacen en puntos ocultos bajo las aguas de estos ríos.

Y por esas aberturas, estos siete espíritus pasan de la tierra a los cielos y al revés, ayudando a las ánimas después de morir a cruzar al otro lado.

Al principio de los tiempos, estos senderos invisibles se hallaban tan accesibles, que muchas personas al cruzar estos ríos, desaparecían sin haber pasado por el tránsito de la muerte, y asomaban vivas en cuerpo y alma al más allá, con lo que ello suponía. Así que las siete almas custodias, decidieron ocultarlos.

Para ello arrojaron desde lo alto del tozal de Guara, montones de enormes rocas rodando, formando hendeduras, simas, despeñaderos y laberínticos caos en los cuatro ríos.

Ocultaron tan bien estos pórticos, que a ellos mismos les costaba hallarlos.

Así que para poder encontrarlos, junto a cada uno de los pasos colocaron una roca sumergida con el epígrafe “CDXLVII”; 447 en números romanos. Cuatro ríos, cuatro pórticos, siete almas.

Desde entonces, guiaban las almas de aquellos que morían cerca o en estos ríos, quedando atrapados entre las rocas sin saber como salir.

Pasaron los años y no fue hasta 1938, en plena guerra civil, cuando algunos vecinos de Lecina manifestaron haber visto unos espíritus conduciendo las ánimas de los guerrilleros y maquis muertos por la comarca. Los llamaron “Guarabundos”.

A día de hoy nadie cree en leyendas, pero referiré que en 1993, un barranquista francés desapareció en un sifón del río Alcanadre;  cuando ya se le había dado por desaparecido, se halló desorientado y confuso río abajo. Afirmaba haber visto bajo el agua una resplandeciente inscripción con números romanos, y juró que siete luces lo guiaron hasta emerger.

Asimismo, Ramiro, un pastor centenario de Bara, narraba que cuando era niño, escuchó un estrépito de golpes y correteos en la entrada de Gorgas Negras, asomó, y vio a los siete Guarabundos jugando a la pelota con el cráneo de un jabalí.

Yo no creo en leyendas, pero dicen, que ese sonido silbante y disonante que acompaña a las tormentas de Guara, son sus voces intentando comunicarse.

Si los escuchas,  por si acaso debes contestar siempre con voz susurrante y suave.

 

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