COLABORACIÓN || Chesús Yuste
Como cada mes de mayo, gracias a la Asociación de Nabateros del Sobrarbe, Laspuña se convierte en epicentro de la cultura nabatera, esto es, de la cultura del transporte fluvial de la madera que desde hace año y medio es Patrimonio Mundial de la UNESCO. Con el descenso de nabatas por el Cinca, disfrutamos cada año no solo de una maravillosa fiesta popular o de un espectáculo lleno de aventura, sino también de una reivindicación de la identidad montañesa, de un homenaje a sus ancestros y, por supuesto, de un testimonio etnográfico de primera magnitud. Han tenido que recuperar el modo tradicional de construir las navatas, cuyos pasos se han conservado en la memoria colectiva en lengua aragonesa: atablerar los troncos sobre los conchez, adobar sus extremos para aplanar las mortesas sobre las que colocar los barreros, barrenarlos para poder atarlos con verdugos de sarga bien remallaus y tejer las cenciellas, atar los trampos, colocar las remeras, la pía y el ropero y, finalmente, acoplar los trampos para formar la nabata ya sobre las aguas. Hay muchas horas de trabajo, mucho respeto por las generaciones que conservaron el oficio durante siglos y, en definitiva, mucho amor a la cultura nabatera y al país que la hizo posible. Cuando el viajero recorre los bellos paisajes de montaña, debe saber que los ríos no fueron frontera, sino símbolo de unión. El río que recorrían los nabateros representaba la conexión entre el mundo rural y las grandes ciudades, la montaña y el llano, el norte y el sur. Como entona La Orquestina del Fabirol en su himno nabatero Zinca traidora: «O río ye o camín» (el río es el camino).