El talento es algo innato al ser humano y todos, en menor o mayor medida, tenemos capacidad para aprender el lenguaje más universal que existe, la música. Es verdad que hay personas que tienen una habilidad especial o facilidad a la hora de enfrentarse a un instrumento. Podríamos decir que hay gente que nace con un don debajo del brazo.
Sin embargo, y por mucho que parezca, tener este regalo indiscriminado no supone ninguna probabilidad de éxito en el aprendizaje. Después de haber tenido la oportunidad de haber conocido a artistas en mayúsculas en todo el mundo te das cuenta que el leitmotiv de sus carreras ha sido el trabajo, el trabajo y el trabajo. Como curiosidad el autor Malcolm Gladwell, en su libro ‘Fuera de serie’, afirma que hacen falta 10.000 horas de estudio para convertirse en un experto sobre un área, lo que significan por ejemplo 20 horas semanales en 10 años.
Sea como fuere, el talento es la sal y el entrecot es la disciplina. Se necesitan, pero el primero no alimenta, sólo condimenta.
El último paso imprescindible en toda esta ecuación es la creación de oportunidades. Si queremos ser una sociedad sana, sensible y cultivada debemos proteger a nuestros mejores artistas, personas talentosas y disciplinadas, que lamentablemente están abocadas a emigrar de esta región porque sus opciones laborales dignas son paupérrimas.