La Asociación Guayente ha editado una muy interesante obra dedicada a la pintura religiosa en iglesias del Valle de Benasque. Escrita por el profesor y sacerdote Ángel Noguero Ibarz (vicepresidente de la Asociación de Amigos del Museo Diocesano de Barbastro-Monzón y vicario general del obispado), “La pintura religiosa en el valle de Benasque” estudia las creaciones artísticas que pueblan los interiores de doce templos de otras tantas localidades del valle. Con fotografías a todo color de José Marqueta, el libro es una preciosa guía que permite al lector disfrutar de un recorrido en el espacio y en el tiempo.
Como señala en la presentación del volumen la presidenta de la Asociación Guayente, Concepción Artero, el Valle de Benasque se presenta como un amplísimo museo de «salas separadas por los kilómetros de prados y montaña que unen nuestras pequeñas poblaciones». «Se trata de un espacio museístico amplio y luminoso que nos permite conocer y revivir el espíritu y la simbología con que las obras fueron concebidas», apunta Artero.
Con prólogo de la profesora de la Universidad de Zaragoza Carmen Morte y epílogo firmado por el obispo de Barbastro-Monzón Ángel Pérez Pueyo, el autor visita obras del gótico final (el retablo de San Miguel Arcángel en Abi, exponente de la corriente hispanoflamenca de finales del siglo XV, del arte renacentista presente en los retablos pintados de Villanova y Bisaurri, y en los relieves de escultura conservados en la iglesia del antiguo monasterio de San Pedro de Tabernas (donde también hay restos de obras barrocas), y del siglo XVIII (pinturas murales de la iglesia de San Pedro de Anciles).
Ángel Noguero analiza también creaciones de la segunda mitad del siglo XX y primera década del XXI. Ahí se ubican los iconos pintados en las iglesias de Anciles, Renanué, Eresué, Eriste y Sahún, los murales pirograbados en Castejón de Sos y el santuario de Nuestra Señora de Guayente, y el gran mural que cubre la cabecera de la iglesia de Benasque, con la Asunción de la Virgen pintada por Martín Ruiz de Anglada.
Como señala la asociación editora, «nos gusta pensar que cada lugar se sabe valioso por el tesoro que alberga pero también por la posibilidad de compartirlo». Ese es uno de los cometidos de este libro que, a lo largo de 160 páginas, descubre y revaloriza un patrimonio singular.