COLABORACIÓN || INMA ORDUNA
Este pasado año he comprobado en primera persona que, aunque nos quieran hacer creer lo contrario, dentro del movimiento feminista es posible avanzar desde las diferencias.
Enfermera, y miembro del grupo de género, en un centro de personas con discapacidad, formo parte de una mesa comunitaria desde la que diferentes profesionales analizamos la situación de las mujeres. A lo largo de este último año hemos abordado qué implica ser mujer en nuestra comunidad, analizamos la feminización de la pobreza, hablamos sobre violencia de género y discapacidad, sobre la realidad detrás de una situación de trata, y, a pesar de las diferencias, conseguimos propuestas reales para mejorar la vida de las mujeres con las que trabajamos. Porque cuando te centras en lo importante te das cuenta que es más aquello que nos une que lo que nos diferencia, y porque las mujeres llevamos siendo red desde que el mundo es mundo.
Esa red de cuidados que siempre ha estado, que siempre está y que siempre estará. Estoy segura de que cada una de nosotras identifica fácilmente a las mujeres de la suya. Y es que cuando una mujer necesita algo, cuando está en riesgo, cuando sufre, es ahí donde nos olvidamos de los colores políticos, del color de piel, de la religión. Es ahí, cuando por una amiga, una hermana, una vecina, una compañera de trabajo, o incluso una mujer desconocida las mujeres somos apoyo, unimos fuerzas, salimos a llenar las calles, hacemos red y cambiamos las cosas.
Lo hemos visto históricamente y lo seguimos viendo a día de hoy. Eso sí, las mujeres tenemos todavía mucho sobre lo que debatir.
Por todo ello este 8M, Día Internacional de la Mujer, que va a estar marcado una vez más por detractoras y adeptas del movimiento feminista, me gustaría realizar una invitación a enfocar energías en revisar algunas teóricas, reflexionar sobre qué y quién puede tener interés en enfrentarnos a las mujeres cuando hablamos de nuestros derechos, y me gustaría recordar dos frases: la primera es la archiconocida de Chimamanda Ngozi, que da título a uno de sus libros más famosos, Todas deberíamos ser feministas; y la otra es de una de mis autoras favoritas, Audre Lorde: “no seré una mujer libre mientras siga habiendo mujeres sometidas, incluso cuando sus cadenas sean diferentes a las mías”.