Por Asun Porta, maestra
Quiero pensar que Mauro estudió derecho porque María le animó a ser mediador y que Rosa se dedicó a la arqueología porque soñaba mil escenas cada vez que Cristina le narraba todos aquellos hechos que pasaron hace tantos años y que a ella la tenían atrapada; que Salma eligió la biología porque le encantaba aquel rincón que Laura había organizado en clase con todos los huesos, bichos, y plantas que traían y que colocaba en un lugar especial alrededor de una lupa binocular; que Raúl quiso ser médico porque Blanca lo introdujo en todo ese universo infinito del cuerpo humano y le motivó una curiosidad insaciable; que Luisa eligió montar su empresa porque su maestra trabajaba mucho aquello de que hay que perseguir los sueños pero siempre con ilusión pero sobre todo con esfuerzo y que Andréi se hizo físico porque quiso seguir investigando después de aquellos experimentos con el agua y la electricidad que hicieron con Raquel y que Jose, cuando hablaba de mayor, le gustaba argumentar sus ideas de forma respetuosa y sabía respetar las de los demás, quizás lo aprendió en los debates que Noemí organizaba en clase.
Marieta llevaba las tierras de su familia desde hacía años, en la escuela era la que más interés ponía en el huerto escolar que organizó Silvia. Y yo tuve una maestra que me hizo adorar las matemáticas y las ciencias, me tenía encandilada con sus explicaciones aderezadas con numerosos ejemplos de todo lo que sucedía a nuestro alrededor, con los trabajos que nos ponía, cómo los comentaba después, y cómo fomentaba nuestra curiosidad que era infinita… y creo que por ver lo que disfrutaba con su trabajo tuve desde entonces muy claro cuál sería mi profesión.
Recuerdo a Arantxa siempre con galletas o fruta en el armario porque sabía de algún niño o niña que llegaba a clase sin desayunar, a Carmen corriendo por el pasillo hasta el botiquín porque a Nicola le salía sangre sin parar por la nariz y a Ana dándole a Hugo un abrazo interminable porque sintió que en ese momento lo necesitaba. Me emocionaba cada vez que Maite animaba a César para hacer el trabajo porque ella estaba segura de que podía hacerlo, y como, cuando al fin lo acababa, le sonreía. Todavía veo la complicidad que existía entre Berta y toda su clase, una complicidad y un respeto que cuando entrabas allí se respiraba paz y tranquilidad, o la cara de tristeza de Yolanda porque aquella estrategia que había pensado para Iván no le funcionaba. Veo llorar a Sara porque se llevaban a Omar a otro colegio, a Teresa montando un juego con una gran cartulina, fotos y palabras para estudiar el tema de la semana y a Manuela quejándose de la impotencia que sentía de no poder atenderlos a todos como se merecían pues tenía demasiados niños en clase.
Eva y Amalia siempre llegaban tarde al comedor, se iban parando por el pasillo haciendo lista de todos los recursos que necesitaban para trabajar el siguiente proyecto, se acordaban de que todavía tenían que hacer los patrones del disfraz de este año, suspiraban y seguían, y Elena tampoco había llegado, estaba en la biblioteca revisando qué libros eran más adecuados para leer la próxima quincena, había separado cuatro un poco más gruesos porque, según decía ella, tenía cuatro alumnas que se los merendaban.
En la clase de al lado me parece oír todavía a Marga y Laura cantando una canción, Laura que es la profe de Música toca el teclado mientras Marga inventa una coreografía. Entonces entra Susana que da Educación Física para organizar el baile de carnaval que van a hacer en el patio, ya imaginan lo bien que se lo van a pasar los peques y sonríen. Se oyen unas voces, Darío se ha hecho una herida en la rodilla y hay que llevarlo al centro de salud. Es mío, dice Marga, y sale corriendo. Marta tiene la puerta abierta, se oyen risas, están haciendo una obra de teatro en inglés, quizás alguno de ellos sea actor de mayor o traductora, quién sabe. Lola está muy concentrada en el ordenador, busca imágenes de cuadros impresionistas porque los van a trabajar en Infantil.
En el coche de vuelta a casa ―tienen casi una hora de camino―, las cinco compañeras comentan las anécdotas del día, lo que ha avanzado Juan, que Jesús ya se ha soltado a leer, que Alina y Dani se han peleado y cómo lo han resuelto, hablan de la compañera nueva que ha llegado para sustituir a Feli que ha cogido una baja, que a Rubén le cuesta mucho adaptarse al grupo…etc. Se despiden, Carmen va a la librería a coger unas cartulinas y un libro que necesita, deprisa porque la esperan, a Pili la llama su hijo y le dice que antes de llegar que se pase por el súper porque falta detergente para la lavadora, se pondrá por la noche a corregir los cuadernos que lleva en el bolso, las demás se van a casa, ya es hora.
Son maestras. Esas que dejan sus vidas privadas en la puerta de la escuela porque ahora su mente y su trabajo consiste en llenarse con otras vidas, y ellas saben que aunque programen hasta lo más concreto y preciso para que su alumnado aprenda, se sienta bien, sea feliz, disfrute, se esfuerce, etc., a la hora de ponerlo en práctica deben hacer como una especie de ajuste individual y además de una forma natural, porque todos son únicos y diferentes, porque cada uno tiene una familia, unas experiencias, capacidades, intereses y emociones distintas por muy pequeños que sean. Demasiadas variables para cualquier ecuación, pero todas las interiorizan, las combinan y las aplican de una forma que sería imposible plasmarlas en uno o cientos de papeles, pero ellas sí saben hacerlo en la práctica diaria.
Todo empieza cada día cuando entran en clase y les ves las expresiones de sus caras y cuando se van todavía resuenan en sus mentes todas las emociones, las que tienen sonido y las que no, porque una escuela está llena también de eso, de emociones.
Se podría escribir tanto…
Este es mi pequeño homenaje a mis compañeras maestras para este 8 de marzo, porque ser maestra (o maestro) es mucho más de lo que se ve, de lo que se cree y de lo que se reconoce. En la escuela comienza el futuro de cualquier comunidad.
Qué recuerdos me han venido a la mente recordando anécdotas que tenía olvidadas de la infancia. Todo lo que soy, ciertamente se lo debo a esos profesores y maestras que supieron llevarnos por el buen camino de pequeños.