Por Ángel Huguet
Pablo Mur Bellosta figura, por derechos adquiridos, entre los tenderos altoaragoneses más longevos y aunque está jubilado conserva las esencias propias del oficio. A sus 88 años no resiste la tentación diaria de compartir con su mujer Carmen Redón el ambiente del establecimiento que regentan sus hijos, herederos de una tradición familiar. Pablo se puso la primera bata azul de tendero cuando tenía 15 años, en el colmado familiar en Colungo. Más tarde se marchó de aprendiz a Barcelona donde hizo el “máster” de tendero para regresar al pueblo y después se bajó a Barbastro y abrió “Frutería del Vero”.
Allí ha pasado más de media vida y sigue, a diario, para saludar a clientes, compartir “charradas” y disfruta del ambiente característico. Pablo ha colgado la bata y tampoco lleva la corbata que han sido señas de identidad de este comerciante octogenario que no resiste la tentación de llegar a la tienda, al mediodía, y retirarse con Carmen cuando anochece.
Desde el rincón próximo al mostrador donde destaca la antigua balanza Mobba, sigue de cerca lo que pasa en la tienda, apura el vaso de leche con galletas que le prepara Víctor, a media tarde, y comparte las vivencias cotidianas. A poco que le retes, Pablo coge el papel y el bolígrafo para sumas largas que repasa de arriba abajo y al revés como demostración de su memoria prodigiosa.
La tecnología de los ordenadores y de balanzas automáticas le ha llegado tarde. Es igual porque es feliz con estos retos del periodista mientras repasa su vida con capítulos entre Colungo, Barcelona y Barbastro. En todos, una máxima, “el negociante va donde haya gente y cuando en Colungo quedó poca nos vinimos a Barbastro hace más de 60 años”·…

-¿Qué había en el pueblo?

El típico negocio familiar de tienda-colmado donde se vendía de todo. A los 15 años me mandaron a Barcelona donde estuve siete como aprendiz de comercio hasta que regresé a Barbastro por la mili y después a Colungo, de nuevo. En casa teníamos tienda, salón de baile con barra de bar y hacíamos de casi todo porque con mi padre íbamos por los pueblos. Una vida de tendero, total.

 

-Al final, bajaste a Barbastro en busca de más ventas y mejor vida…

Primero estuvimos de alquiler porque la casa donde abrimos la tienda no estaba en venta y pasaron veinte años hasta que Antonio Aznar ofreció la posibilidad de comprarla y dimos el paso porque estábamos en zona muy buena entre comercios tradicionales y cerca de la Plaza del Mercado.

 

– En el mapa comercial de entonces están las referencias de Hotel Europa, Sederías Goya, Banco Hispano Americano, Imprenta Moisés, Carnecería Mayoral, Blas Coscollar, Librería Castillón, Aceites Franco, Nicolás Morancho, Mercería Molí, Gregorio López, Perico “El Barato” y otros establecimientos de la época.

-Solo quedamos nosotros. Restauramos la casa donde se conserva la antigua maquinaria de la fábrica de chocolate de Simeón Aznar al que le comprábamos género con mi padre. Arriba, aún se conserva el horno de la familia Escrivá. Aquí hemos trabajado mucho para sacar adelante la tienda en la que se vendía de todo y mis hijos siguen la misma costumbre. Antes compraba conejos, tordas y perdices hasta que salió la normativa y eran buenos reclamos en la puerta de la tienda. Hoy solo sacamos frutas y hortalizas como reclamo y señas de identidad.

 

-Pablo, no te olvides de las cajas de “guardia civiles”….

-¿Te refieres a los arenques?…. ha sido uno de los productos tradicionales con más ventas y aún los piden porque se apañan bien, lo que pasa es que son más caros.

 

-¿Cuál ha sido la filosofía del tendero tradicional?

-Por encima de todo, somos comerciantes con la norma que me enseñaron: de amigos, siempre; enemigos, nunca. En esta casa nos ha ido bien y mis hijos la respetan como legado familiar y aunque se adaptan a los tiempos son respetuosos con las normas habituales. En general, ha ido bien porque he tenido clientela numerosa de Barbastro y la comarca, también gente que ni siquiera conocía. Así que estamos contentos de aplicar la norma.

 

-Ahora, la rentabilidad se amplía a tu bodega convertida en restaurante…

-El negocio lo llevan mis hijos, Mari, Ana y Víctor, en la tienda y Pablo se ocupa de la casa rural en Colungo. Son tiempos nuevos aunque conservamos las esencias tradicionales. Ahora con mi mujer Carmen solo venimos de visita pero disfrutamos porque esta ha sido nuestra vida y ya nos toca después de mucho trabajo porque la gente de nuestra época no lo tuvimos fácil. Aquí en la tienda el gancho de las anotaciones estaba lleno, siempre, porque dimos facilidades a muchas familias trabajadoras que pagaban al final de mes. Se fiaba porque había confianza.

Pablo y Carmen no tienen precio.

 

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