Pequeñas y bárbaras

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COLABORACIÓN || Angélica Morales

Conozco las pequeñas bibliotecas de los pueblos. Suelo visitarlas a menudo para hablar de mi última novela “La casa de los hilos rotos”. Los clubes de lectura en los pueblos suelen estar integrados por mujeres de todas las edades. Los libros las han hecho un poco más libres, las han acercado a la luz y puede que hayan servido para mitigar sus heridas.

Las mujeres de los pueblos están acostumbradas al silencio y al frío de vivir. Por eso se engalanan cuando llega un autor y perfuman sus muñecas de flores de otro tiempo, salen de casa con la espalda más erguida y una alegría que acaban de estrenar junto a las alpargatas.

Yo les hablo de mujeres que ya son ceniza en la memoria, de ciudades lejanas, de una guerra íntima que les toca de cerca. Porque todas las historias son en realidad la misma historia, solo que ocurren al otro lado de nuestro corazón.

Las mujeres de los pueblos son generosas. Hacen café y preparan pastas para la autora recién llegada, mastican los secretos sin mover los labios, como si hubiesen hecho un pacto con la losa de un cementerio, pero al final acaban compartiendo su dolor. Los libros son para ellas una ventana infinita a la que asomarse. Si hay algo de lo que estoy orgullosa de mi trayectoria literaria es de todo el cariño que recibo de las mujeres que habitan los pueblos y que forman parte de los distintos clubes de lectura.

Juntas nos convertimos en uno de esos versos de Fernando Pessoa donde el silencio tiene voz de mujer y la mujer es pequeña, bárbara, rural y está dispuesta de una vez por todas a romper sus yugos y respirar.

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