COLABORACIÓN || David García Ferrer
El cambio climático existe, como la muerte o hacienda, y negarlo tiene sus consecuencias.
La energía en la atmósfera es mayor debido al aumento de la temperatura, por lo que los fenómenos meteorológicos han incrementado su intensidad y frecuencia. Incendios, desertificación, sequías, danas… un panorama desolador que ahora preocupa a los ciudadanos.
No ha sido fácil concienciarse. Nuestra confusión vino dada por la desinformación, el negacionismo y la falsa responsabilidad individual. Mala campaña de marketing para el gran problema de nuestro siglo que, encima, se ha politizado.
La atmósfera es común para todos, no está dividida ni por continentes ni por países, y los gases de efecto invernadero siguen aumentando. Los +1,5 ºC del acuerdo de París están muy cerca y 200 años de excesos comienzan a mostrar su cara más amarga. La capacidad de resiliencia del planeta es admirable, pero la hemos superado.
La ganadería y la agricultura intensivas, la inercia capitalista y el abuso de los combustibles fósiles son los puntos prioritarios. Por eso, volver a modelos de producción y consumo sostenibles y de proximidad debería ser una prioridad.
Olvidamos nuestro origen y nos desvinculamos de la naturaleza, pero somos parte del ecosistema. Somos las montañas y los olivares, el vino y el jamón ibérico, la huerta mediterránea y la cerveza. Nuestra riqueza natural nos identifica, somos nuestra cultura y nuestra gastronomía.
No podemos procrastinar más. No es la vida en la Tierra lo que está en juego sino nuestra forma de vida.