COLABORACIÓN || Leonor Lalanne
Un joven compró una finca a su vecino por un alto precio. Sabía que la tierra era muy rica y que por eso obtenía dos cosechas al año, una en primavera y otra en otoño. Un vez hecha la transacción, el joven se sentó a esperar a que su finca diera grandes cosechas. El primer año no hubo cosechas. Sorprendido, el joven pensó que no había llovido lo suficiente. Como el segundo año tampoco hubo cosechas, el joven lo achacó al exceso de calor. Cuando al tercer año tampoco hubo cosechas, el joven preguntó a su vecino cuál podía ser la causa, y este le respondió: hasta la tierra más rica necesita al menos una semilla.
Un joven compró una finca a su vecino por un bajo precio; sabía que la tierra era muy pobre y que estaba llena de malas hierbas, pero tenía tanta ilusión por ser agricultor que arrancó las malas hierbas, abonó la tierra con rico estiércol, la labró y sembró cereal. Las oportunas lluvias y el cálido sol hicieron crecer las semillas y el joven recogió una buena cosecha.
Hay tierras ricas y tierras pobres, hay años de lluvias y años de sequía, el sol siempre sale para todos, pero nuestra actitud es determinante, pues la mejor tierra, si no se siembra y se cuida, no sirve de nada.
El talento es la suma de capacidades de una persona: sus dotes intrínsecas, sus habilidades, su conocimiento, su experiencia, su inteligencia, su juicio, su actitud, su carácter y su impulso. Sí, el talento es esa suma de capacidades, algunas son innatas, pero otras se adquieren, con algunas nacemos, pero otras las aprendemos. Claro que el talento es ese potencial que una persona tiene para ser extraordinaria en una tarea, pero de la misma manera, la práctica, el entrenamiento, la formación y la experiencia nos permiten sobresalir en esa tarea por el aprendizaje que supone haberlo realizado antes.
Todos nacemos con algún talento, con alguna capacidad concreta que de forma natural se nos da bien y disfrutamos desarrollándola porque no supone esfuerzo. Este talento innato es estupendo, pero es determinante su crecimiento, y así, potenciarlo con estudios y prácticas hace que aumente, se afiance y mejore.
El talento se suele vincular con la inteligencia y la creatividad, y por eso el talento como aptitud o facilidad innata puede existir en diferentes ámbitos: el talento artístico es la aptitud para alguna forma de expresión artística musical, plástica, actoral o literaria; el talento deportivo es la aptitud para la práctica de un deporte concreto; el talento profesional es la aptitud para el desempeño de un trabajo u oficio concreto; y el talento comerciales la aptitud para los negocios.
Igualmente, habrá diferentes clases de talentos: el innato o aptitud con la que se nace, el adquirido o aptitud desarrollada por la formación y la práctica, el potencial o aptitud no desarrollada, y el oculto o aptitud no manifestada y que resulta inesperada y sorprendente.
Estamos reiterando que el talento está íntimamente ligado a la aptitud, aptitud como habilidad natural, idoneidad o capacidad para realizar adecuadamente una actividad, ahora bien, si hay algo que resulta fundamental que esté unido al talento es la actitud, la actitud, entendida como postura, disposición, talante o ánimo con el que afrontamos una tarea. Por eso, esa actitud, esas ganas, la ilusión, la positividad y el optimismo con el que manejemos las aptitudes o habilidades que tenemos, sean innatas o adquiridas, determinarán no solo nuestros logros, sino nuestro futuro y en consecuencia nuestra vida.
El entusiasmo y la pasión unidas al talento nos harán brillar y nos ayudarán a conseguir lo más ansiado por el ser humano: la satisfacción con uno mismo y la felicidad.