COLABORACIÓN || Angélica Morales
Con el paso de los años busco el amor en el vientre de mis viejas fotografías. Contemplo esas imágenes en blanco y negro y dejo que me cuenten su historia.
Me hablan de tiempos felices, de patrias sentimentales que se han ido muriendo con el paso del tiempo y de aquellos trenes con las orejas azules en los que viajaba con la abuela mientras ella partía en dos la tristeza de un bocadillo.
Todas están llenas de amor. Hay una casa construida por el abuelo con amor, pero esa casa fue a su vez otra casa bombardeada por la guerra, escombros que el abuelo reunió para empezar lo nuevo dentro de la destrucción.
El amor reproduciendo su tortura, eso lo sé ahora, afilando los cuchillos de su luz, haciéndose viejo dentro de la boca del tiempo.
Con los años necesitamos regresar a la infancia, a los huecos que han quedado vacíos en nuestra mesa. Es preciso conocer las historias que cuando éramos adolescentes rehusábamos escuchar.
Se va muriendo la memoria y la soledad abre su vientre para parir el miedo.
Es entonces cuando queremos escuchar a los muertos y se establece ese diálogo visual con las fotografías, ese rito tan íntimo que nos conecta con la esencia de lo que fuimos.
De ese modo nos sentimos menos huérfanos y es posible que, por un momento, dejemos de escuchar ese dolor que nos ladra.