COLABORACIÓN || Leonor Lalanne
Si hay un mes en el año en el que se celebra el amor, ese es febrero, con San Valentín y sus flechas recordándonos que si estamos in love hay que demostrarlo con un regalo especial. Y claro que lo estamos, muchos estamos enamorados, solo que hay tantas clases de amor como colores en el arco iris.
Según el grado de intimidad, compromiso y pasión, el amor puede ser: cariño, si solo hay intimidad; encaprichamiento, si solo hay pasión; amor vacío, si solo hay compromiso; amor romántico, si hay pasión e intimidad; amor sociable, si hay intimidad y compromiso; amor loco, si hay pasión y compromiso; pero solo habrá amor consumado, el máximo amor, si convergen las tres circunstancias: pasión, intimidad y compromiso.
Ahora bien, si esta es la clasificación del amor en función de esos parámetros, también hay otros amores, como sería el amor propio o amor a uno mismo, el amor maternal y paternal, el amor fraternal a la familia y amigos, el amor a Dios, y por último, el amor de pareja.
Y ya que estamos en febrero, ese amor es el que vamos a celebrar, el amor de pareja. Y puestos a pensar en este amor, vamos a centrarnos en el amor del bueno, en el que merece la pena, en el que todos queremos vivir, al menos una vez en la vida.
Dicen los entendidos que cuando nos enamoramos nuestro cerebro comienza a segregar una serie de sustancias como la dopamina, la oxitocina y la serotonina, que nos conducen al bienestar emocional, a la euforia, la alegría e inevitablemente a la ansiada felicidad. Así que es lógico que deseemos estar enamorados, ahora bien, cuando esto sucede nos vemos arrastrados a un estado que, personalmente, siempre he denominado como “imbecilidad mental transitoria”, ya que no nos damos cuenta de cómo el enamoramiento nos vuelve un poco tontos, o bastante: nos hablan y no nos enteramos, y no somos capaces de concentrarnos en nada demasiado tiempo porque la persona idealizada se cuela en nuestra cabeza constantemente. Afortunadamente, este estado no dura eternamente, pues sino, incluso nuestra supervivencia peligraría, y cuando finaliza, esperamos que nos quede el poso del AMOR con mayúscula, el amor del bueno.
Y, cómo podemos estar seguros de que se trata de ese amor del bueno y no de otro amor. Pues es difícil saberlo, y probablemente solo el paso del tiempo nos dirá si lo era o no. Podemos recordar a parejas famosas por sus maravillosos y perfectos romances, que luego resultaron no serlo en absoluto; Jolie y Pitt son un buen ejemplo de ello. En cambio hay otras parejas que, a pesar de no contar con el beneplácito de nadie, han acabado siendo un amor a prueba de todas las inclemencias sociales y políticas; Carlos y Camila ilustran perfectamente este tipo de amor.
Ahora bien, como la mayoría no somos actores archifamosos, ni príncipes esperando tres cuartas partes de la vida para recibir la ansiada corona, viviremos el amor fuera de las luces de los focos y de los brillos del oro, lo que quiere decir que solo nosotros y nuestros más cercanos sabrán si era amor del bueno o no.
Así que ya podemos meter en la coctelera unas buenas dosis de risas y diversión, paciencia y comprensión, complicidad y serenidad, planes y objetivos comunes, confianza y libertad, respeto, abrazos y besos, mimos y mucha piel, y sobre todo, entusiasmo, alegría e ilusión, para que este viaje que es la vida, lo recorramos en la mejor compañía, sintiendo cada día que todo mereció la pena.