Roda celebró, en el día de la Sagrada Familia, el 850 aniversario del traslado de los restos de san Ramón

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Este pasado domingo, 27 de septiembre, coincidieron tres celebraciones diocesanas: la jornada de la Sagrada Familia, el 850 aniversario del traslado de los restos de san Ramón al sarcófago de piedra que se conserva en la cripta de Roda de Isábena y el sexto de la designación de don Ángel Pérez como obispo de Barbastro-Monzón. «Esa diócesis que hace casi mil años nació aquí, en Roda, se hace adulta. Aquí nacimos a la fe, como familia y diócesis, a pesar de tantos avatares», afirmó el obispo en una homilía en la que proclamó su anhelo episcopal de «lograr, entre todos, la conciencia de ser y pertenecer a una misma y gran familia, y que os sintáis orgullosos de ser hijos de tan buena madre».
Andrés y Jessica de Sobrarbe-Ribagorza, Maribel, Antonio y Elena del Somontano, Javier y Carmen, Manuel y María José, Marín y Lucía del Cinca Medio-la Litera, y Neus y Darío, y Maite y Juan José del Bajo Cinca, que portaron velas encendidas al comienzo de la eucaristía, representaron a las familias «que se tienen que convertir en el microclima en el que todos podamos crecer. Vosotros sois el resto de Israel, ese grupito pequeño para transformar nuestra diócesis». Una transformación, añadió, para pasar de parroquias como «bazares dispensadores de sacramentos» a parroquias como comunidades de familias.
En este sentido, recordó que el sacerdote José María Ferrer y la religiosa Sayuri Alfaro trabajan ya la reactivación de la pastoral familiar porque «la familia es la mejor red social del mundo». La lectura conjunta de la oración del Papa Francisco, al concluir el Sínodo de la Familia, dio paso a la adoración al Niño Dios mostrado por Ferrer y el párroco de Roda, Aurelio Ricou, que los fieles acompañaron con aplausos. «Ojalá esta celebración se quede grabada en lo más profundo de nuestra intimidad», concluyó Ricou.
El traslado de los restos, con testigo real
San Ramón, segundo obispo de la diócesis de Barbastro, murió en Huesca el 21 de junio de 1126. Cinco días después, su cuerpo fue trasladado a Roda, donde recibió sepultura para ser colocado, en 1143, en un sepulcro de mármol y, finalmente, el 27 de diciembre de 1170 en el sarcófago de piedra labrada, altar de la cripta de Roda. Esta traslación, escribió en 1972 el entonces obispo de Barbastro Damián Iguacen, se hizo con gran pompa y solemnidad, motivada por “el continuo afluir de peregrinos y los innumerables milagros obrados por el santo. Fue una auténtica apoteosis, una canonización popular y clamorosa».

Hace 850 años presidió la ceremonia el rey aragonés Alfonso II, acompañado por los obispos de Barcelona, Zaragoza y Roda-Lérida, el conde de Pallás y «gran concurso de los pueblos circunvecinos». El patrón de la diócesis, señaló mons. Ángel Pérez, fue un «obispo no al uso, culto, sensible con los más pobres, con un ardiente celo evangelizador, incomprendido y desterrado». Una figura todavía desconocida, que glosó ayer el párroco de Roda, evocando cómo su fama de santidad y las peregrinaciones y visitas a su tumba motivaron la ejecución del magnífico sarcófago de piedra que acogió sus restos.

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